Sara Pérez de la Asociación de Empresas Concesionarias de Televisión por Suscripción de Colombia (ATVS)
(Omar Méndez, Cartagena de Indias). Andina Link se ha cerrado con la rutina de todos los últimos días de cualquier feria: mucho apuro y la sensación de que todo había acabado en la víspera. Muchos extranjeros habían recibido la orden desde sus empresas a tomar los primeros vuelos del jueves ante el temor del agravamiento de una situación nacional que ya es insoportable desde hace años. El cierre de la nueva edición ha dejado en el colador lecturas alarmantes. Tanto las conferencias como la feria desnudaron en qué están los unos y los otros de la industria latinoamericana: con honrosas excepciones, en la búsqueda de la supervivencia. El 2002 quedará en la historia del negocio con un título de película: El año que vivimos peligrosamente. Salvo el caso de las grandes operaciones venezolanas, el resto llora miserias y busca salvavidas. El impacto argentino no ha agravado totalmente las economías regionales pero sí lo ha hecho en el terreno de la televisión por cable. Ha disparado un efecto dominó en todo el territorio, agravando en especial el negocio de programación de canales. Este sector, precisamente, fue el blanco de los pesares de operadores de América Central y de los países andinos. En los debates, y en ese orden, los generadores de contenidos ocuparon el primer lugar en el listado de las plagas del cableoperador; el segundo, los gobiernos nacionales; y el tercero, su falta de unión. Como nunca antes, los operadores juraron unirse en contra de la triada de sus males. Ni programadores ni representantes del gobierno formaron parte de la discusión pese al pleno conocimiento de que estaban en el sillón de los acusados. Abundaron entre los empresarios del cable los discursos al estilo oratoria política pero escasearon las autocríticas. La feria, obviamente con sus excepciones, no fue un punto convocante de negocios sino un paredón de lamentos en el que unos y otros discurrieron sobre la cruel realidad.