La época que vivimos es una oda al miedo.
Miedo al bicho. Miedo a la situación. Miedo al ¿qué pasará?
Miedo a abrir el periódico. A recibir una mala noticia, a que suene el
teléfono.
A tomar una mala decisión, a lo que pueda pensar el jefe, a que el negocio
se vea castigado, que nos echen la culpa, a que esté en juego nuestro trabajo.
Como humanidad pareciera que le hemos cedido el mando al miedo.
Y este opera como una especie de anestesia silenciosa que poco a poco, sin
darnos cuenta, se ha adueñado del control.
Cuando tienes miedo de salir a la calle, dejas de salir.
Cuando tienes miedo de comer algo, tiendes a no hacerlo.
Cuando tienes miedo a tomar una decisión y no lo haces, dejas que otros
decidan por ti.
El miedo ciega. El miedo nubla. El miedo anula. Condiciona. Quita lucidez y
perspectiva.
El miedo es un estorbo que, en nuestra industria, podría señalarse como una
especie de cáncer de la creatividad, del marketing, de la comunicación, de la
publicidad y de los negocios en general.
¿A quién inspira el que tiene miedo? ¿Quién sigue al que tiene miedo?
¿Quién votaría por un líder que inspira miedo? ¿Contratarían a un profesional
con síntomas de miedo?
¿Confiarían su cuerpo a un cirujano al que le tiembla la mano?
No se puede trabajar bien con miedo.
Y todos los que lo han sufrido bien lo saben: resulta insoportable vivir
con él.
Visto así, y volviendo a nuestra industria: si tomamos como punto de
partida que el foco siempre debería estar puesto en hacer un gran trabajo que
ayude a resolver un problema de negocio con creatividad, ¿cuántas veces las
decisiones terminan tomándose por miedo a errar?
Suele suceder con cierta abundancia, del lado de los anunciantes como de
las agencias, porque irónicamente el miedo es generoso y reparte por igual. Y
seguirá mientras sigamos otorgándole la batuta. Todo bajo la mirada atenta de
los competidores.
Porque es una realidad: si te dejas llevar por el miedo, tu
competencia ya está ganando.
Por cada motivo que exista para tener miedo hay otro igual de válido para
no tenerlo.
¿De qué lado preferimos estar?
Cortemos el miedo. No dejemos que entre a la conversación. No le permitamos
opinar.
Es más, ni lo invitemos. Acabemos con él. Dejémoslo acorralado.
Seamos lúcidos. Pensemos con cabeza fría, intuición, talento y sentido
común.
Midiendo el riesgo, sí. Pero sin miedo al éxito.
Por
Luis Gaitán
Presidente y CCO
Grey México
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